9 de agosto de 1945: Nagasaki cae la segunda bomba nuclear y dando el inicio del fin de la Segunda Guerra Mundial.

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Japón vive esta jornada de lunes la nostalgia tras concluir la celebración de unos Juegos Olímpicos que ya quedan para la historia, los de Tokyo 2020 y que la pandemia obligó a celebrar en 2021. Para el recuerdo quedará la villa olímpica sin público o las medidas de seguridad tomadas para evitar los contagios.

Pero este 9 de agosto es un día también para recordar uno de los episodios más tristes del país nipón, como es el estallido de la segunda bomba atómica arrojada por EEUU hace 76 años (1945) en la ciudad de Nagasaki, en el marco de la Segunda Guerra Mundial, lo que supuso la muerte de miles de civiles, entre ellos personas que profesaban la religión católica.

Se estima que el lanzamiento de la bomba (‘Fat Man’) supuso la muerte de dos tercios de la comunidad católica en Nagasaki. En un primer momento, los mandos militares estadounidenses planificaron hacer estallar la bomba atómica en Kokura, pero las inclemencias meteorológicas hicieron que cambiaran sus planes, optando por Nagasaki.

Se estima que fallecieron unas 75.000 personas en el momento en el que la aviación americana lanzó la bomba, duplicando esta cifra al día siguiente como consecuencia de las heridas que provocaron la radiación.

De esta manera, la comunidad católica de esta zona de Japón vivió un nuevo episodio oscuro en su historia. Una religión que desde el siglo XVI es importante en el país asiático, gracias al impulso de los jesuitas y franciscanos.

Desde su implantación en Nagasaki, la persecución fue la tónica. Tal y como se recoge en el ‘Manual de historia de las misiones católicas’ de Giuseppe Schmidlin, tres volúmenes publicados en Milán en 1929, el 5 de febrero de 1597 la comunidad contaba ya con un total de 36 mártires que dieron su vida por Cristo, de los cuales seis eran misioneros franciscanos, tres jesuitas japoneses y 26 laicos), todos ellos canonizados por el Papa Pío IX en 1862.

Años más tarde, en 1637, fueron asesinados unos 35.000 cristianos como consecuencia de dichas persecuciones. Después la joven comunidad vive separada del resto de la catolicidad y sin sacerdotes,aunque no llegaron a extinguirse.

En 1865, el Padre Petitjean descubre esta ‘Iglesia clandestina’, que se le dio a conocer después de haberse asegurado que él era célibe, que era devoto de María y que obedece al Papa de Roma; y así la vida sacramental puede retomarse regularmente.

Casi veinte años después, en 1889 se proclama en Japón la plena libertad religiosa, dando lugar dos años más tarde al nacimiento de la diócesis de Nagasaki. Se estima que, en 1929, dos tercios de los católicos que había en Japón se encontraban en Nagasaki (Unos 65.000).

El arzobispo de Nagasaki, Joseph Mitsuaki Takami, ha indicado que la llama olímpica es un símbolo de «paz» que hace un llamamiento a que no haya más bombas y no pueda repetirse lo que ocurrió hace 76 años,cuando dos ataques nucleares, llevados a cabo por Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial, causaron más de 100.000 víctimas en Hiroshima y Nagasaki, en Japón.

«La llama olímpica es también un símbolo de oración de amor, oración por la paz. La bomba atómica es absolutamente contraria a esta llama y hoy se nos pide que las abolamos, que no las volvamos a utilizar. El único fuego es el de la unidad, el amor y la paz», manifestaba el religioso.

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